Sobre la mesa el preludio
de una poesía y estos ojos
cobrizos que se entreabren. Sonríen
con arrebato de danza lunática
entre suspiros, las exquisiteces,
serpentina y globos de color,
el confeti y la nada
tan higiénica como para mostrarla.
Desgañitarse con aullidos
perpendiculares desde la torre.
Tacones tan elevados como sueños
de cabecera.
Así es como escribe la vida
sus memorias disparatadas, cuando hermosa
acicala su toga de necios
ropajes, cremalleras entre sombras
chinescas, puntas de broche
de encaje, radio tan alegre,
alarma de amaneceres.
Réquiem que no es. En el viento piruetas
mortales frente al ejercito de plomo.
Morapio que apaga la sed.
En la calle hay verbena y música,
y graznaran así los cuervos,
tras las nubes de algodón dulce;
condenadas como las serpientes,
sin su traje de perfecta mudanza.
Parecido al desnudo, frío
de pingüino, junto a un serafín
bondadoso, sin temor se revuelven,
siglo de digitalización analógica
y el estertor en la caja tonta
antes de irse a la cama. La bacanal.
La calle es coreografía y espectáculo.
Chapa, tocino y lodo,
vergel de plástico, decorado.
Canet.
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