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miércoles, 25 de marzo de 2015

Y lloro...


Hoy al levantarme limpie nuestra casa de miedos, 
remolqué hasta el contenedor 
latosas maletas de todo y de nada. 

A mediodía desinfecte la desconfianza: 
quité de mi carne delgadas láminas de pellejo que, 
como invisibles parásitos 
profundizan con habilidad la grieta imperceptible del  dolor. 
Guardé en recipientes de cristal entradas de cine, 
mapas de ciudades fantásticas, versos en posits, 
hojas de ramos muertos y pedazos de mí, 
heridas cicatrizadas. 

Por la tarde te llamé. 
Tu voz suena a brisas y jabón, 
aseguras que soy demasiado críptico: 
y me dices que la oficina está fría, 
que lo que congela por dentro es lo eterno enrollado con briznas de hierba, 
intento guardar silencio, 
pero no sé muy bien cómo se hace, 
desde la 47 
puedo ver un mundo repleto de alimañas. 
Si pudiéramos destripar la destrucción que nos arrincona. 

En la noche cuando duermes 
me hago pequeño, 
nimio, 
un irreconocible fragmento, 
y lloro
hasta partirme en mil pedazos. 


Canet

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