Hoy al levantarme limpie nuestra casa de miedos,
remolqué hasta el contenedor
latosas maletas de todo y de nada.
A mediodía desinfecte la desconfianza:
quité de mi carne delgadas láminas de pellejo que,
como invisibles parásitos
profundizan con habilidad la grieta imperceptible del dolor.
Guardé en recipientes de cristal entradas de cine,
mapas de ciudades fantásticas, versos en posits,
hojas de ramos muertos y pedazos de mí,
heridas cicatrizadas.
Por la tarde te llamé.
Tu voz suena a brisas y jabón,
aseguras que soy demasiado críptico:
y me dices que la oficina está fría,
que lo que congela por dentro es lo eterno enrollado con briznas de hierba,
intento guardar silencio,
pero no sé muy bien cómo se hace,
desde la 47
puedo ver un mundo repleto de alimañas.
Si pudiéramos destripar la destrucción que nos arrincona.
En la noche cuando duermes
me hago pequeño,
nimio,
un irreconocible fragmento,
y lloro
hasta partirme en mil pedazos.
Canet
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