La lluvia no sabe lo que hace.
Llora y se derrumba sobre los tejados y salpica secretos sobre el asfalto.
Y por simple extravagancia perfora las imágenes de mis laberintos,
extiende líneas inclinadas donde siempre hubo esferas,
y sus indiscretas gotas se vuelven alfileres.
El vaho propio de esta hora criminal y flemática como la muerte,
confunde.
Y cubre con torbellinos destellos hirientes,
con ese viento que finge ser lozano y que tanto cautiva.
Quizá debería sonreírle al mundo aunque ponga cara anticuada,
como agotada de una insignificante visión.
No importa, me encuentro bien como estoy.
Acodado con destemplanza,
revisando una y mil veces los confines de estos tabiques sabiendo que,
si me lo planteo,
puedo alejarme todavía mucho más de este mundo.
Canet
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