Lluvia erróneamente asomada.
Ventisca que golpea en la cimentación de la torre.
Restalla contra los muros el vaivén de una nube plomiza.
Y ésta renuncia a mantenerse ambulante en su balanceo,
crepita esponjosa en su estrato ennegrecido.
La salpicadura de los charcos llega hasta la cumbre,
y siembra ciclones bravíos; y su monserga,
no por machacante, se hace menos artificiosa.
La tonalidad de las notas marchitas y distinguidas,
invoca en los románticos espectadores antiguos cantos de sirena.
Y yo aquí,
varado junto al resto de inhumanos,
contemplo el firmamento de finales de febrero
columpiado por el accidental oleaje de tu ausencia.
Canet
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