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lunes, 10 de agosto de 2015

Una página perdida.

Estoy seguro que Canet no será para ustedes más que una mustia página perdida entre millones de lecturas, 
un espacio afónico, 
un susurro en el cielo donde brotan las hojas de la melancolía y el olvido. 
Deseo hablaros de un intento de poeta al que no conocéis y probablemente nunca lo hagáis, 
de un tipo gris sin más fortuna que la de amar y saberse amado, un tipo rodeado de palabras, 
un tipo afablemente rendido al arte.
Puedo verlo allí, subido en una nube, sus párpados se cansan y se cierran al contemplar el temblor de las hojas en otoño. 


No tiene otro confín el cielo esta mañana, 

pasan por delante de su mirada seres indiferentes,
personajes repetidos y adulterados de los que nace la ansiedad de verse en otro mundo distinto.

Esa tenebrosa orden de desnudarse con cada escrito,
de bramar contra la vida lo que el cielo no logra escuchar, 

el taconeo de unos pasos que corroen la melodía
y la luz azulada de finales de octubre.
E intentar escribir poesía, 

como el muerto que escapa del azar en una estrofa:

Al final de la calle,
debajo de esta torre,
hay un lugar con hojas verdes sobre la mesa
y mujeres simuladas con el cabello al viento.
Y estoy seguro que Canet no será para ustedes más que una mustia página perdida entre millones de lecturas,
un rostro que se oculta y que me observa desde un espejo roto.

Canet

Sin título 72


Hay que leer a los poetas acreditados como Benedetti, Storni, Baudelaire, Neruda, Bukowski, Rimbaud o Poe.

Respirar, subsistir, vivir al límite la personal existencia. 
Dar la vuelta al mundo,
transitar sin temor la maraña del interior. 
Bajar al edén, 
subir al averno. 
Siempre vigilantes de lo inenarrable. 
Envilecidamente amar. 
Mancharse con el oro de la felicidad,
con la mierda de la desgracia y del calvario. 
Crear sin tregua. 
Escurrirse por lo insustancial, penetrar en la profundidad. 
Aproximarse hacia la nada. 
Entender la oposición de los otros
que nos llaman bichos raros: 
Que sean nuestras las miserias,
las adversidades, colmarnos de dolor. 
Y esperemos la convocatoria de la poesía como un resplandor.

Perdidos

No se cubre de sol en los días pares,
ni disfruta caminando por las calles desiertas,
en cambio se pone un abrigo de lluvia
y se extravía entre la muchedumbre gris 
en busca de un ambiente que no esté viciado.

Tiene tatuajes como ramas de árboles,
en ocasiones es incomprensible,
turbia, ambigua
y se pone a leer para escapar de la reflexión,
nunca asiste a las citas de los bares sin flores,
colecciona viajes sin billete y sin fecha
y guarda un plano de itinerarios marcados
que lleva por confusos caminos desconocidos
e impide retroceder.

La vida no nos nombra,
nos desatiende por completo,
tan sólo se aproxima
cuando no la reclamamos
para hurgarnos en las entrañas.

La vida,
mala actriz de mil rostros distintos,
la bruja que diluye pociones en nuestra carne
y desencadena estallidos,
delirios, insensateces.

No avala, no pronostica,
no nos avisa
tan solo nos empapa
como esas lluvias de noviembre
y nos abandona en el camino
como insomnes,
sin brújula,
perdidos.

Canet

Los navegantes (Relato)



Los Navegantes (él y ella)

Él (El Navegante)

Fue un duro invierno para él,
el frío había sido tan intenso que hasta los recuerdos parecían haber quedado congelados en su memoria. Y ciertamente, que del mismo modo que se protegía de los gélidos vientos con su raído abrigo, aprendió también a proteger su alma mediante el olvido.

Cuando amanecía y los primeros transeúntes lo despertaban de sus sueños cerraba fuertemente los ojos, como queriendo atrapar un poco más de ese tiempo, unos minutos más de esa forma de letargo, ese estado de semiinconsciente que le permitía cierta comodidad alejada de la realidad. Pero poco a poco, los zapatos que pasaban por su lado se hacían cada vez más numerosos, su estómago más chillón y su vejiga parecía no llegar a soportar ya los límites más inhumanos. Entonces era cuando muy a su pesar tenía que comenzar a mover las entumecidas piernas y buscar el valor para iniciar su jornada laboral. Una jornada sin horarios, ni sueldo, sin obligaciones ni compensaciones. Una jornada donde competir por algo de comida y que le permitieran el acceso a unos sanitarios sería la mayor meta.

Caminaba lentamente, tan encorvado que parecía llevar el peso de toda la tierra sobre sus hombros. Solo a veces levantaba la cabeza, cuando veía pasar alguna ardilla, o escuchaba el trinar de algún pájaro, o cuando el sol le regalaba algún preciado rayo para calentar su cara, (SIEMPRE DISFRUTÓ MUCHO DE LA NATURALEZA). Y fue en uno de esos momentos que tanto le reconfortaban cuando “la” vio pasar. Ella caminaba despacio, pero a diferencia de él se notaba que llevaba una dirección, marchaba como un velero, suave, segura, con un rumbo fijo.
Y recordó, recordó entonces un feliz tiempo vivido, sus abrazos, sus besos, su ternura, su suave, frágil y femenina voz y lo feliz que fue con ella. Casi deseó entonces no haber despertado aquella mañana. Como volvió entonces a dolerle su ausencia, su calor, el olor de su piel y el sonido de su risa. Hacia tanto tiempo...

Fue como tantas historias de amor no completas, como tantas historias de amor terminadas antes que uno de los dos, decepcione al otro. Antes de que el tiempo y las obligaciones terminen con la pasión. Pensó: ¡Quizás fue mejor así! , de todas formas se había estropeado al final.
Pero no era fácil apartar tantos sentimientos de un plumazo. ¡Ni siquiera para él que era especialista en ello! Y siguió rememorando, sentado ya sobre un banco de madera del parque, donde el sol invernal le consolaba apiadado, con un poco de calor.
Mientras, el velero se iba alejando suavemente él también se alejaba, pero de forma diferente. Él se fue quedando dormido y ya no necesitó buscar más alimento cada día. Se fue así, cerrando fuertemente los ojos, sobre un velero, sobre sus brazos, sin peso alguno que encorvara su espalda, de nuevo con un norte, con una brújula imaginaria. Y le bastó ese momento para ser feliz.

Ella le dijo una vez…..” Espérame esta noche al otro lado de la luna”. Y allí fue…

Algunas noches de verano, si miras fijamente al cielo quizás le puedas ver, cual Peter Pan sobre su barco, brillando con polvo de Hadas, navegando entre estrellas….

Y si esta historia es verdad o no, después de todo….¿A quién le importa una historia de amor, si no está llena de magia?

A todos los navegantes que pasan a nuestro lado cada día con sus propias historias no contadas, a menudo no vividas, a todos...

Ella.(La Navegante)

Otra vez el insistente pitido del despertador irrumpiendo en la paz de sus sueños, de nuevo el frío entrometiéndose al retirar las sábanas, una vez más la horrible visión de su arrugado cuerpo entumecido por el dolor, de la delgada palidez de sus magras carnes al desnudarse, una mañana más en la que enfrentarse a sí misma en el espejo de su decadencia.

Había sido una mujer hermosa, de aquellas en las que encontrarse las envidiosas miradas: su talle esbelto, su andar pausado y elegante, el brillo devuelto por la tersura de su piel, la seguridad en su rumbo…

Alguna vez amó hasta quedarse vacía, amó hasta el punto de verse reflejada en el otro, de cerrar los ojos para no dejar escapar ni un hálito de tanto sentimiento en cualquier mirada frugal… amó tanto hasta encarcelarse en su devoción y una vez llegado ese punto culminante en el que se ama y se desea desmedidamente por igual, desaparecer de nuevo, oculta en la cobardía de no estar dispuesta a resignarse a envejecer y verse envejecida.

Desde hacía un tiempo le observaba de incógnito, a unos metros de distancia. Le había descubierto entre cartones una mañana de invierno en la que destapó su dormida cara y salió corriendo, para no enfrentarse una vez más a la realidad con la que su olvido había despojado, hasta de su propia estima, a aquel mendigo de cariño.

Ahora, intenta llegar cada mañana justo antes de que los pasos del gentío rompan el momentáneo sosiego de su sueño y verle así despertar a lo lejos, para poder compartir con él desde su envejecida cobardía el regalo de aquel primer rayo de sol que antaño encalideció tantos apasionados amaneceres…y le abraza fuertemente en su recuerdo, y le repite en su mente “no tengas miedo amor mío, siempre estaré a tu lado”…

Canet Hace tiempo.

viernes, 7 de agosto de 2015

La riqueza de su reinado.


Con una de sus piernas arruinada,
descendiendo de su nivel a cada zancada, 
oscila entre los viajeros abstraídos. 
Solemos verla con frecuencia en la misma estación. 
Nunca tendrá causas que mostrar, 
y sonríe con sinceridad. 
Se le incendia en uno de los ojos un carbúnculo. 
Mi mujer asegura que se trata de una mujer;
yo no estoy seguro del todo.

-¿No has visto nunca una Diosa antiestética?
 ¡Mi amor!-, Me sugiere; 
y yo, 
que he presentido próxima su figura, 
registro en mis bolsillos en busca de alguna moneda. 
Me pregunto cuántos habrá,
-de aquellos que le dan un puñado de céntimos-
los que comprenden la riqueza de su reinado. 

¿Cómo diantres se puede caminar así, 
entre el pellejo doloroso de la miseria y esa renquera descomunal, 
con un movimiento tan estable de felicidad? 

Llega silbando, 
llega con la oscuridad sujeta a un alambre, 
pasea a las ratas de la noche. 
Es la esencia viva de la tarde que llega, 
con la mano horizontal, 
para presentársenos.

Luna.

Cuando salgo de casa a última hora de la madrugada, 

la luna continúa resbalando y canturrea por las cornisas. 
Humedece los edificios y se expande por las calles de Madriz como una delgada lámina de plata. 
Te he visto en muchas ocasiones cuajar los aires de onírica certidumbre, 
de juiciosa ligereza. 
Luna de la infancia, 
luna sin titubeo. 
Luna del hombre completo, 
luna de sueño apacible. 
Luna de los cuadros y los libros. 
Luna distante, tan desabrigada y tan sola. 
Luna que rompes las ventanas y continúas destacando sobre la calmosa laguna de la muerte. 
Buceadora de la noche, violinista de las pestañas, 
anzuelo en el cabello. 
Salgo de casa y te pones sobre mí empujándome hacia el día, 
con la manivela de la tierra, influyendo el oleaje. 
Luna lechosa que otorgas guardando silencio, 
faro del asfalto, santificación del ladrillo y de los escaparates, 
acláranos los huesos, 
tú que deslumbras sobre todos nosotros.

jueves, 6 de agosto de 2015

En paz.

Por la complexión ametrallada de la cortina 
se cuelan las primeras líneas de luz de un sol otoñal. 
Van indicando los cuerpos de las cosas 
aun adormecidas en el salón. 

Es el momento de la desidia sagrada, 
la que no entra en el grupo de faltas,
porque no es una desidia de crear,
que esconde la de existir,
sino placentero desinterés
a la completa realidad 

del pensamiento en paz que,
en estos momentos, aun temprano,
encuentra en sí su ocupación.

Canet

El poeta.


No es un ave,
ni siquiera un querubín,
es un poeta, o al menos lo intenta.
Carece de alas,
aunque tiene los dedos
emplumados.

Revolotea con esas manos en el aire,
asciende diez centímetros 
y vuelve a caer nuevamente.

Cuando roza el pavimento
lo rechaza con sus extremidades
y por un segundo se queda detenido en el aire
batiendo sus plumas.

Si pudiera privarse de la seducción de la tierra, 
lograría alojarse en un nido de asteroides,
podría brincar de un cometa a otro,
podría si quisiera.

El poeta cubre su mirada 
con las manos emplumadas,
ya no sueña con acrobacias
sino con un descenso
que va proyectando como un destello
los contornos del averno.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Ciudad de huesos inertes.


Abandono los adornos, las tinieblas,
las precisiones púrpuras,
aquí,
al pie del abismo
donde las hojas caen como lágrimas perladas,
donde los rumores
son una extensión que no vuelven a su punto inicial.

Me quito el atuendo y las normas,
la reflexión vidriosa
y el oleaje del estómago,
me abandono sobre estas líneas defectuosas.

Camino sobre mis dos ruedas
en dirección al silencio oculto,
donde se acarician los bordes delicados,
donde el murmullo del pensamiento se hace intangible,
donde carece de importancia que el porvenir
quede fuera del epicentro.

En esta ciudad de huesos inertes
transformo las horas descosidas,
la brisa,
la fragancia de los lugares que no habité,
dejo
las intenciones que jamás serán,
los pinceles,
mi topografía intima,
el fuego que incendia.

Entonces
diminuto, libre, comedido,
sin la menor señal de fingimiento
alzo los párpados
y me veo
mirándome a los ojos.

Canet

Inalterable.


Ahora me siento vigoroso, 
brillante e incluso bello 
mientras bajo mi carne hacen su morada los virus.

Siento quietud adueñándose de los minutos
pero los segundos se rebelan agitados,
se desplazan como una milicia cautelosa
para descubrirme desarmado
en una batalla de la que jamás
saldría victorioso, 
o quizá sí. 

Me siento dichoso,
integro e incluso virtuoso.
Soy yo, perfecto e inalterable.

Canet

martes, 4 de agosto de 2015

Sin título 71

Fuera quizá haya:
lluvia
o tal vez un huracán de pájaros,
pero a mi mirada se le antoja un nubarrón
con forma de ballena,
mis ojos se obstinan con las imágenes,
presumen de encontrar estructuras y exóticos pigmentos
y hasta son experimentados a la hora de embelesarse
con un precipicio,
mi mirada imagina que el amor
se contempla con las vísceras
o que para abrazar, bastan los labios,
pero me he cansado,
no quiero saber de ilusiones volátiles
ni de quimeras camufladas
ni de tergiversaciones nebulosas e ininteligibles,
por eso despego los ojos de sus cavidades
con una cuchara de café,
los lanzo y ruedan por la cuesta
hasta que caen por alguna grieta
prefiero caminar a ciegas,
palpar algo auténtico con mis manos,
abandonarme por las esencias involuntarias
y extasiarme con un firmamento grandioso.

Canet

El origen del ciclo del agua


Hay un hombre apoyado en la pared
que no logra dormir,
tirita
sobre una superficie empapada que baña sus pies.
En sus pestañas
las telarañas evidencian
que la ciudad inmutable está torcida, errática, mugrienta
que por ella se esparce su temor como un declive
y que sólo el mundo imperceptible
contiene en lo etéreo
lo que está por ocurrir.
Es el hombre gélido en la villa de los derretidos
en el país de la eterna noche,
en la cumbre del deshielo.
Allá, 
la sucesión de los minutos
se alarga sin advertencias
y el hombre es gozne de las ventanas,
cimiento de las torres
heridas por el aire que cuelga, perenne, repentino,
su construcción
pierde firmeza cuando alborea,
pero hay un lugar preciso, emocional, excluyente,
el núcleo de su carne: las entrañas,
donde las longitudes de la existencia
se incrementan, prometen transformarse,
vaticinan el cambio definitivo:
el origen del ciclo del agua. 

lunes, 3 de agosto de 2015

Quiero.



No me es suficiente una tarde como otras,
ni un martes parecido a cualquier martes, 
deseo los momentos en su totalidad,
y las fechas fuera del calendario,
atardeceres mirando al confín sonriendo del revés
y el sol asemejándose a una señora alumbrando milagros. 
No me bastan las migas
ni los exiguos retales que se esparcen vacilantes. 
Deseo los amaneceres que florecen glaucos
al borde de la fantasia,
y los sigilos de los domingos por la tarde
haciendo el amor con Rachmaninov. 
No quiero ser encantador
ni exacto ni capacitado. 
Deseo el encantamiento arrollador de tu piel,
la potestad de la equivocación,
la incertidumbre descansando a mi lado. 
No quiero olvidar 
las sandeces cometidas, 
quiero ver mis manos
acariciar la tierra después del aguacero
y mi lengua probando
el sabor de los enigmas, 
quiero… 

Soy II


Soy 
como los nubarrones que se hacinan
y envenenan su agua 
porque para ellos
el aguacero es una festividad, 
soy 
como el pavimento que se raja
cuando está hastiado de la sequedad,
del trabajo monótono,
de la falta de lágrimas o de espuma, 
soy 
como los meses de un calendario,
estoy lleno de inicios y finales
de tormentas 
de mañanas apáticas
de lecturas y de pedaleos, 
soy 
el aluvión y el agostamiento 
y en ocasiones
en pocas ocasiones,
soy 
un tipo confundido por la existencia
sin la obsesión de mirar atrás,
sin la preocupación por progresar,
doy diminutos pasos irregulares,
de esos meritorios
que aunque no me acerquen a sitio alguno
aun así me hacen volar. 

Canet , 
foto de Thomas Canet