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viernes, 20 de marzo de 2015

Cenatt

Cenatt, aprendiz de todo y de nada de toda la vida y, no obstante, amante insaciable de la lectura, lo dejó bien claro. Que cuando el musgo lo cubriera encajaran con él en el féretro sus libros favoritos. Para que nadie vacilase ni se olvidara, dejó establecida ante notario una condición por la que se adelantaba a la herencia propiamente dicha, dependiendo de tal modo la ejecución de ésta a su insignificante extravagancia. Así sus parientes estarían casi obligados a llevar a cabo su deseo, voluntad que fue meditando a lo largo de su vida...

A medida que los años iban transcurriendo leía con más avidez. Solo él decidiría quedarse gran parte de su vida sin salir de casa y, si bien había conocido un sinnúmero de trotamundos y errantes que le habían ayudado con testimonios y sabiduría, intentaba verificar su breve experiencia mamando de aquello más delicioso que encontraba en los libros. Es cierto que no se conformaba con cualquier lectura. Al principio descarto aquellas páginas con letra diminuta para su vista fatigada y las añejas publicaciones que amarilleaban y expulsaban una pestilencia repulsiva para su sensible olfato. El paso del tiempo no le despego de su ansiedad lectora. Respecto a su tendencia por los géneros y argumentos literarios, no despreciaba ninguno. Nadie conocía con exactitud qué títulos y el número de libros que había dispuesto para que le escoltasen en su último viaje. Vivía como aquellos que parecen eternos, no parecía que fuera a morirse. Leía como si no envejeciera. Se deleitaba como si hubiera tenido siete vidas teniendo solo la que disponía.

Sus parientes veían por todas partes libros de autores desconocidos, de distintas categorías y de extraños géneros, lo cual les desorientaba.
-Por alguna parte habrá un índice con sus favoritos, si le da por morirse esta noche..,- decían entre ellos.
-O quizá lo sepa ya el notario y no sea necesario buscar- se consolaban.
El miedo a que no supieran qué ejemplares tendrían que sepultar con su cuerpo les angustiaba. Si no encontraban aquellos libros no podrían realizar el último requerimiento. Y si no se efectuaba tal requisito arriesgaban el patrimonio. Los familiares menos afectuosos sugirieron tener dispuesta una lista cualquiera; el finado no iba a protestar. Los más honrados -o quizá se tratase de los más agoreros por si no se realizaba con rigor el mandato- exigían hacer las cosas de modo correcto.

Fue en ese instante crítico de las inquietudes de sus familiares cuando Cenatt se levantó una mañana gritando asustado que apenas podía leer. No se trataba de ceguera, pero la complicación para concentrarse le alarmó. Seis días estuvo intentándolo, pero no prospero y la lectura se le hizo imposible. Al séptimo día congrego a la familia con urgencia. Los que eran de fuera volaron para estar a su lado y los que vivían cerca apenas le dejaban un instante a solas. Todos interpretaron con espanto que se encontraba en las últimas.

Una vez reunidos, indudablemente nerviosos, en aquella habitación extraordinariamente anárquica, pero colmada de libros, que jamás se haya visto nunca en un hogar Ceneatt apareció almidonado y algo más mejorado. Junto a él una joven que nadie había visto nunca.
-Esta señorita se llama India- dijo con una entonación pacifica.
-A partir de hoy será mi lectora exclusiva y vivirá conmigo, en esta santa casa. Es capaz de leer con el mismo tono que yo y me transmite el mismo efecto que he sentido con las lecturas sublimes que me han cautivado-.
En medio del asombro, el más joven de los Cenatt se atrevió a preguntar:
-¿Y el listado de sus libros favoritos? Es que quisiéramos cumplir su encargo del modo más eficiente y satisfactorio para su gloria-.
Cenatt rió ante la elocuencia del muchacho. Después se rasco la cabeza y dijo:
-¿El listado? Ah, es verdad. Creo que tendré que recomponerlo. Existen algunos títulos con los que no había contado antes, como muchas cosas que suceden repentinamente en la vida-.

Canet

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