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lunes, 23 de marzo de 2015

En el borde del mundo.

¿Dónde demonios colocar la poesía
cuando la ira resquebraja el murmullo áspero
y rompe el barrizal de la monotonía?

Mil pájaros cautivos en el día huidizo.

El cierzo cepilla barrotes de hipocresía.

Me encuentro engendrando oleajes,
buscando la raíz cónyuge,
pero hay días que soy tan mustio,
tan miserable bajo el desconsuelo del mundo,
que las áncoras herrumbran mis manos como
cuchillos de cocina oxidados
clavando
con rabia dentada.

Y para no hundirme
lloran mis dedos,
si no es sábado y no veo su figura
en la mañana para ampararme.

Escalones de oxígeno,
expulsados,
cesados al lugar de no morir remotamente
de la hipérbole y el embuste enmascarado,
del fragmento dilatado hasta quedar ciego.

En aquel lugar la fatiga es una aguja,
un millón de puntadas de afonía selectiva
en la clausurada aspereza de la atmósfera azul.
En aquel lugar la poesía no halla su ansiedad,
su aullido esterilizado
queda turbado.

Todas las huellas lamen la brisa,
ensuciando la ciudad
apagados los individuos
con sus hocicos de bestias descubiertas
en océanos de narcóticos.
Vida insólita sin poesía
donde contempla los bramidos
en el borde del mundo.


Canet

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