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miércoles, 11 de marzo de 2015

Cleptómano

Soy un cleptómano con un sobretodo negro. Hurto retratos, paisajes, miradas anónimas y otras nimiedades, pero cuando me empaño en las noches de luna húmeda y amarilla, robo estatuas, farolas, carteles de neón 
y hasta paradas de autobuses enteras, con pasajeros, borrachos, conductores y todo.
Soy descarado, alarmante, caprichoso, pero también moderado y esteta, y en un ataque de ingenio o de impaciencia me llevo de pronto, así,
con una señal de mis dedos, la noche íntegra, notando los latidos entre mis manos de millones de gemidos, la polvareda de los muros o las grietas,
el vértigo del pánico o la fatiga de sus habitantes, y el pestañeo persistente de sus semáforos desvelados.

En los bolsillos de mi oscuro sobretodo entran países enteros, fragancias de todo tipo, calzado sin tacón –los que más me cautivan–, palacios, 

tunos estrepitosos y mustios y toda la absurda decoración de los salpicaderos de los coches.
Jamás paso frío, pues mi oscuro abrigo es mi manto y mi alforja, y a grandes pasos viajo por las calles y las intersecciones como una tiniebla imprecisa.

Si el sueño o el agotamiento se posan sobre mis párpados, los ahuyento como se ahuyenta a las busconas.
No dispongo de tiempo para volar sobre otros espacios: hay mucho que hacer en este compacto silencio metropolitano, bajo un firmamento sin astros.
Nací para conservar los fuegos, las heridas y las ilusiones. Solo tengo tiempo para robar espejos de humo, pancartas provocadoras, itinerarios de pájaros, tejas.
Algunas veces corro pequeñas distancias, o mi sombra trepa por rascacielos, y cojo esto, aquello otro. No logro anticiparme y saber qué es lo que mi bulimia ladrona deseará a cada momento.
Agarro de aquí y de allá, sin escrúpulos ni resentimiento.
¿Delincuente? Ésa es mi característica más significativa. Emito palabras exactas, a veces obligado por las circunstancias, a veces aúllo una máxima, a veces río con alborozo y mis dientes alumbran los ángulos más velados.
En otras ocasiones, según el dictado de la noche, ando en línea recta sin fijarme en las ventanas iluminadas ni en los portales.
Camino y voy silbando (mal).
Lo que más pereza me da es hacer el inventario del saqueo. Con el alba ya en mi tabuco, derramo sobre mi cama el alijo que he logrado.
Mezclado con las pelusillas y pósit de mis bolsillos aparecen enmarañados una cerradura de museo con una ráfaga de parque, el fulgor de un escaparate con la rama de un cerezo, unos zapatos italianos y una bolsa de doritos.
Todo lo arrojo en una caja que esconde mi vasto guardarropa. Luego cuelgo el sobretodo y aguardo en silencio, con incertidumbre, la presencia del sol.
Me gusta recrearme observando los tejados, y olvidarme de mi propia existencia.

Canet

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