Jamás derramaron una lágrima. No, jamás lloraron,
como si sus ojos fueran el más pétreo y árido desierto.
Delatadores en el mundo de la hipocresía,
escondidos entre entrañas, siendo humanos,
recordando a un muerto con un reloj de hueso....
Los querría si no quisiera la frialdad de esta oficina
o la reserva de las tenues miradas. Si el nerviosismo
me provocara vomitar el humo
o presenciar una película de Tarkovsky
con un bol de palomitas.
El fruto de la semana,
con todas las hendiduras, con los pájaros ahorcados
de la primavera, como versos sordos e irreparables.
Les querría a todos si tiraran el bastón
de su disimulada minusvalía.
No. Jamás lloraron. Nunca destrozaron
su camisa por sentirse estériles.
Un finado más. Un finado menos,
sólo mierda, poses e informes. Me agradecen
el mutismo que les endoso.
O el escaso conocimiento
entre risas.
Aunque algunos mortales gritamos o desgarramos
los muros con nuestras uñas, esputando a la oscuridad
sinceridades para el gran embuste.
Vehemente el amor mío, mi pasión
es un trozo de la mandíbula.
Ninguna lágrima para tranquilizar su remordimiento
en el vergel de los momentos muertos. Donde descansan las cucarachas
panza arriba y los nenúfares flotan a la deriva
como en un cuadro de fantasmas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario