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lunes, 9 de marzo de 2015

En el museo (relato)

De ningún modo se ponían de acuerdo. Tampoco hablaron nunca entre ellos. Pero cada miércoles se encontraban en el d’Orsay, en la estancia acostumbrada, ante el cuadro de siempre. 
Ella se trajeaba siempre de rosa y cargaba con un bolso de diminutas dimensiones, como las actrices de los 20. Él vestía de negro siempre, como aquellos hombres desinteresados por el aspecto exterior o como los viudos considerados.
A veces él llegaba primero, otras, la mujer.
Aquel miércoles el cuadro, de notable tamaño, no estaba; había sido prestado para una muestra en un museo importante del país vecino.

Aunque ambos, tomaron asiento en el mismo banco de piedra que estaba colocado en el centro de la sala. La pared presentaba un abandono que ellos no veían.

-Lo que más me agrada en la descripción de esta fabula es la composición de colores-, dijo la mujer de repente, observando el perímetro notablemente más blanco que había producido el espacio deshabitado. Y siguió:
-Cada figura se fortalece con un color dispar. Para el frenesí introduce el cobrizo, para el engaño el malva, para la ilusión el añil, para el porvenir el gris-.
El hombre estudio los gestos de aquellas manos, como si colocara los protagonistas y el panorama en las idénticas zonas que tantas veces habían visto. Condujo la mirada hacia el blanquecino muro y se atrevió a exponer su criterio:
-Y ¿te has dado cuenta cómo aplica el pintor los ingredientes naturales? Ese matiz sutil pero aguzado para el aire, aquellas pigmentaciones agresivas para la tormenta, ese declive oblicuo de los tonos tenues para la claridad del atardecer-.
Parecían deleitarse con sus comentarios. Las que manifestaba uno se acoplaban con las que daba la otra. Era tal la minuciosidad con que habían reproducido toda la ilustración mitológica que exigían a los turistas que se paraban delante de ellos, contemplando las otras obras, que por favor se apartaran.
-¿Crees que esta historia reflejaría lo mismo de mano de otro paisajista?-, preguntó el hombre.
-Por supuesto que no, la coloración es determinante -declaró la mujer- y sentencian las dimensiones, aproximan o distancian la colocación de los personajes, diluyen el panorama o lo transforman en un ambiente cercano. Inviable que dos pintores lo divisen de la misma forma-.
Entonces los dos volvieron a posar la mirada hacia aquella pared desnuda. Sintieron la caricia de sus brazos.
-¿Piensas que la fabula fue como la detallan? ¿Que ella era tan inocente y que fue verdaderamente aniquilada por aquel ser corrompido?-, pregunto él.
-A decir verdad me cuesta mucho admitir que el amor tenga que ser una especie de sufrimiento -añadió la mujer- y tal vez el pintor se llevó el misterio de la fabula a la tumba. Necesita colores fundamentales-.
Entonces, él, clavo su mirada en la mujer y ella se dejó contemplar.
-¿No hay nada que se advierta del mismo modo desde dos miradas distintas?-, interrogó el hombre con cierta entonación candorosa.
-Nada -afirmo la mujer- nada sino el deseo de querer observar.-

Canet. 

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