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martes, 10 de marzo de 2015

Sin título 2

Hace tiempo que deje de contar 
los pasos ajenos
y las enmudecidas líneas de las baldosas que pisaba.
Una mañana entré en una cafetería,
no más charlatana que el abajo firmante,
cuyo propietario conocía desde hacía meses
y con el que intercambiaba dudas.
Aquel día en el que estaba allí
escribiendo en las servilletas de siempre
bebiendo pausadamente mi sombra
de una copa de vino,
se sentó a mi lado y me preguntó
que por qué era así, tan soporífero,
tan mustio e insociable, tan misterioso.
Y yo le conteste, por contarle algo,
que la causa de todo era un enigma
que jamás había querido revelar.
Fue tanto lo que me insistió que, bajo
juramento de silencio y lealtad,
le declare ruborizándome: soy virgen.
Diversos pájaros de carcajadas
volaron con alas estrepitosas,
pero al fin se sosegó y volvió a garantizarme
guardar perpetuamente aquella confidencia.
Pasados unos días, regrese a la cafetería
y observe que la clientela que allí se reunía me miraba
y afloraban sonrisas burlonas.
Entendí que había sido delatado
y desde entonces dejo de existir
la amistad, la franqueza y otros embustes.
Jamás volví por aquella cafetería
y su propietario nunca llegó a sospechar
que mi secreto continuaba bien guardado.
De ningún modo llego a saber que soy poeta
y que los poetas siempre seremos
buenos cuentistas.

Canet.

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