Desde la esquina del sofá donde está tendida, los muros del patio no le permiten recrearse con la cotidianidad de los transeúntes de la calle. Pero si sale al patio; si guarda silencio y presta atención, podrá escuchar los pasos sobre la acera. Tampoco logra ver a los niños que corren tras la salida del colegio, pero oye el deslizamiento de las ruedas de sus pesados macutos.
Ese tra-tra-tra que tritura el pavimento, y que se diluye con la estridencia de la lavadora de la vecina. Cerca, otro extraño sonido engulle el montón de hojas que van cayendo sin que nadie piense en su próximo destino.
Solo existe un sonido en la casa, se trata del zumbido que emite la nevera. De vez en cuando, suelta una queja afónica, esperando en vano una respuesta. Pero esta tarde, incluso el grifo que siempre llora, se mantiene silencioso.
En el domicilio de arriba, alguien cuelga la ropa. La punta de una sabana asoma y se exhibe tras el cristal de la cocina; se columpia de un lado a otro, lamiendo los pernios de la puerta, coloreando de blanco el único paisaje que le corresponde.
Cuando sale de la cocina, su imagen amputa la exigua claridad que penetra por el cerco de la ventana. Han anunciado precipitaciones persistentes en toda la península. Pero dentro de la casa, todo es calma; grifos que no gimotean; brisa que entra por una ventana que alguien no quiso cerrar, y que desplaza las hojas de un libro. Todos esos ¨amor de mi vida¨(de mentira) dedicados en algunos libros, van hundiéndose paulatinamente. Y en el aire, esa percepción que se apodera de quien todo esto escribe.
Canet
Ese tra-tra-tra que tritura el pavimento, y que se diluye con la estridencia de la lavadora de la vecina. Cerca, otro extraño sonido engulle el montón de hojas que van cayendo sin que nadie piense en su próximo destino.
Solo existe un sonido en la casa, se trata del zumbido que emite la nevera. De vez en cuando, suelta una queja afónica, esperando en vano una respuesta. Pero esta tarde, incluso el grifo que siempre llora, se mantiene silencioso.
En el domicilio de arriba, alguien cuelga la ropa. La punta de una sabana asoma y se exhibe tras el cristal de la cocina; se columpia de un lado a otro, lamiendo los pernios de la puerta, coloreando de blanco el único paisaje que le corresponde.
Cuando sale de la cocina, su imagen amputa la exigua claridad que penetra por el cerco de la ventana. Han anunciado precipitaciones persistentes en toda la península. Pero dentro de la casa, todo es calma; grifos que no gimotean; brisa que entra por una ventana que alguien no quiso cerrar, y que desplaza las hojas de un libro. Todos esos ¨amor de mi vida¨(de mentira) dedicados en algunos libros, van hundiéndose paulatinamente. Y en el aire, esa percepción que se apodera de quien todo esto escribe.
Canet
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