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jueves, 12 de marzo de 2015

Sábados


Cada sábado por la mañana

te diriges al quiosco acostumbrado a por los periódicos de siempre.
Es una acción automática , impensada y sin condiciones,
el mazo que pulsa tus piernas... y te mueves.
Como cada sábado por la mañana...
tomas asiento para desayunar frente al telenoticias.
Café solo- con dos lágrimas bien saladas, por favor-. Croissant con muertos.
Y al zumo de naranja añádele una pizca de explosivos.
Se te ve dichoso. Ellos extinguiéndose y tú allá, lejos.
Ellos sin sustento y tú con la camisa almidonada.
Ellos expirando y tú leyendo las noticias.
Montas una pierna encima de la otra. Mal presagio.
Montas la mano izquierda sobre la derecha al leer los titulares. Mal presagio.
Montas la mirada sobre el escenario para observar al resto de lectores. Peor presagio.
Carece de importancia que sea sábado y primavera y las 11 de la mañana.
Todos los presagios son fatídicos.
Además, el finado de la fotografía parece colega.
Todos los fallecidos de todas las fotografías de todos los periódicos
son reconocidos.
Pero lo rechazas.
Quizá sean fotografías de otro periódico.
De un desayuno de sábado pasado, pero ya lo has olvidado.
Otro café solo, - esta vez con menos lágrimas, haga el favor-.
Pero el mazo te pega de nuevo y cambias de página.
El horóscopo pronostica que vas a ser afortunado en el dolor.
Advierte el hombre del tiempo precipitaciones lacrimosas
y oleajes crueles para los náufragos.
Un nuevo hattrick de un futbolista que se parece
al muerto de la página tres.
Mal augurio. Algo te ha caído mal al estómago...
Qué extraño. Es sábado. Es primavera. Hay buen tiempo y flores.
Pero sí. Estás aturdido. Todo da vueltas alrededor del croissant.
Quizá los muertos no estaban bien horneados.
Tal vez las lágrimas del café estaban caducadas,
contagiados los explosivos. Piensas que no merece la pena salir a desayunar los sábados.
La hostelería ya no es lo que fue en antaño.

Da igual que leas el Washington Post,
el Espectador,
el Herald, 
el Mundo, 
el Corriere della Sera o los cuentos de Andersen.
-No salgo más de casa- piensas.
No volveré a comprar un solo periódico.
No quiero saber nada de las noticias.
Pero algo te dice que eres demasiado ingenuo,
de nuevo está el mazo golpeándote
y desbabas como el perrito de aquella Dama de Chejov
sobre la prensa.

Canet

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