Es insistente este febrero
que evita acatarrarse desde aquellos días de diciembre.
Es obstinada la firmeza de lo improbable,
el revoloteo de la mariposa agonizante,
el estertor del perro atropellado.
Es perseverante este cierzo que congela los tejados.
Es duradera la constancia de la derrota,
el cuchillo en las costillas,
la hoja escrita que jamás será leída.
Tras la ventana tiznada de la realidad se ocultan intereses inconfesables,
miradas fúnebres,
lágrimas despistadas que se oponen a dejar la tristeza.
Todavía queda día para sosegarse.
Todavía queda día para responder y contradecir,
para replicar y rectificar, para reflexionar y expresar.
Todavía queda tenacidad para sostener en pie este mundo
que brota inconsciente desde el torrente del tiempo.
Empezar con el día no es encender
la luz por integridad.
Esconderse es la decadencia del sol
o indicio de un delito.
Silenciar es galopar calles
sobre el gris de la ciudad,
masticando miradas y vendavales, versos
y fotos, llamadas apenadas
y aceleradas, coches invisibles,
semáforos rotos y asientos desocupados.
Escapar es olvidar todo lo no querido
y lo amado, y la compasión
sin esperanza, y ser mojada ventana
de lágrimas abatidas.
Empezar con el día no es escribir
poesías, ni establecer tareas:
empezar con el día es escapar
de las dudas,
para procurar eludir los fallos
que anidan en las grietas del alma.
Hoy agarro el cuaderno
que estiman tus ojos.
Es pura casualidad que las hojas
estén señaladas con un cierto
aroma.
No dices nada.
Tus manos dibujan
estrellas. Asesinas mis penas
con el blanco de tus silencios.
No dices nada y encharcas
mi boca con tu imagen,
mis venas de tu sangre galopante,
mi garganta asfixiada de tu aire,
mi misterio con tu despertar
que ejecutas en este atardecer.
No me dices nada.
No es necesario.
Leo tu piel lentamente
al abrigo de mi carne
entendiendo su idioma.
Canet
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