Te quiero llameante y obstinada, amor, te quiero en el mojado
fragor de las cavidades y del lenguaje, te quiero empapando con ámbar
y fragancias la frágil elocuencia de las erecciones innumerables,
los ruidosos y huecos razonamientos de la vida.
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Te voy a devorar el alma,
-dije-
Incluso sin solucionar previamente claras controversias trascendentales.
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Se terminan las palabras y piensan.
Las boinas de las farolas que presagiaban enigmas en el ocaso miserable de los suburbios se consuman en los bordes de mis labios.
Las faldas que se avergüenzan con postergados argumentos y quién sabe si de algunas miradas masculinas.
Pero lo que quiero decir es que la tolerancia hacia los zombies absortos con sus guasaps sin gramática se me agotó.
No puedo pedalear y decidir por ellos.
Así lo barritan los elefantes desde el pavimento con sonrisa perpendicular y con porte aristocrático.
Ya nadie tiene dudas con la wikipedia en la mano,
nadie salvo algunas mujeres que protagonizan una tragicomedia Victoriana donde coleccionan perfumados momentos de caballeros simulados.
O sea sueños jamás soñados,
o sea fotografías deliciosamente fragantes.
Canet
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