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miércoles, 1 de abril de 2015

Demasiado frío para ser abril.

Emborracharse y masturbarse obsesivamente, 
no es necesario bañarse si ella no está 
y el agua es glacial. 
Ligeramente notar que te gastas, 
ver como se escapan los días y crear 
cuando nadie te lo exige,
reírse del ayer.

Hace demasiado frío para ser abril.

Toser con fascinación,
destruir el pecho
hasta morir.
No importa que la cama siga sin hacer,
tampoco que la nueva vecina enjuta y rubia
abra la boca para no decir nada.
En el piso de arriba se está duchando
y hay quien piensa en el agua caliente
cayendo sobre su piel amarillenta y deslucida
como la de unos zapatos ajados.
Su claustro materno populoso
consigue entristecerla y
sus pechos yermos la hunden.
Aunque sonríe por su habilidad al tender la ropa,
luego se arrepiente.
Oprime su sexo con las manos,
tiene miedo.

En el curso de descomposición
el patio exhala un desagradable hedor,
quizá sea el orín de los gatos
el sumidero,
los poemas grasientos
o el tizne de los lienzos.
Hay un exceso de libros viejos en perfecta
armonía con toda la mierda del mundo.
Es tarde,
y solo se escucha la televisión de la vecina,
un drama norteamericano,
la actriz protagonista tiene una voz desagradable que la turba,
mientras los humanos juegan en la calle con la basura
y braman como demonios.

La bóveda dejó de ser celeste para ser renegrida
y proyecta
imágenes de vehículos que pasan aullando,
máquinas
que golpean la delicada luz que se filtra
entre los visillos mal echados.

Canet

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