A favor de la cicuta y del ciprés,
a
favor del soñador y su ronquido
y de su naturaleza trivial,
en defensa de
las selvas y su tradicional
condición, a favor de la piedra
que el frío
entierra de verde musgo,
para que haya peces en los océanos,
aves en el
firmamento, abetos
en los parques, destellos en la noche,
y los mal
llamados humanos
abandonen la
celeridad
que lleva a la nada y que no advierten,
víctimas de una
evolución decretada,
para que todo tenga sentido
una vez alcanzada la
confusión
que es absoluta,
y
ensimismados en su avance
observemos sin pesar el paso del tiempo
y
vivamos segundos,
medias horas,
días sin terminar,
resuellos
de ser,
único
patrimonio.
En defensa de la fatiga y de la quietud,
en defensa de
los cursos naturales
y de la indisciplina ante los lapsos,
por la
luminosidad y por las armonías,
por los sabores, la delicadeza, los
perfumes,
por el recreo y los sueños, y los no amigos,
a favor de lo que
se ha olvidado,
de la concordia auténtica, de la calma,
de los versos
enjuagados
y del absoluto
silencio.
Canet
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