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lunes, 13 de abril de 2015

Arrancándome la piel


Ayer me despegué el pellejo
no supe qué hacer con él
sólo sabía que me estorbaba. 
Logre sumergirme en un océano de fiebre,
en una urbe ruidosa, 
en ausencias de deseo ahogadas
para confeccionar la alfombra en la que la calma pueda descansar
cuando te llega mohosa e iracunda.
Ayer me despegué la piel
porque extrañaba tus manos,
tu boca, las cuchilladas de tus miradas 
y tus dulces e ilusionantes estímulos.
Las calles estaban repletas de humanos, 
aunque nada eran,
calles con abundante sangre pero de distinto dolor,
tan provocadores e independientes, 
tan sometidos al responso por la imagen.

Me extirpe la piel 
y fueron desgarrones declarantes de la zozobra,
después me miré a un espejo 
y pude ver mis entrañas;
no eran bonitas pero si auténticas. 

Solo anhelo ser lienzo
en este instante muerto de muladar,
sonrisa o arañazo deleitoso
e infectarme de versos 
para expirar en ellos 
celebrando el desperfecto
de las palabras.

Cohabitamos abrasados
solicitando morir en la acrobacia de la caricia.
Continúo viendo gente que no formula preguntas, 
tan solo esputan sentencias.

Cuando me esconda, 
seguiré inyectándome sueños
para esbozar aullidos con la hipnosis 
que me ofrece tu presencia
que amortigua la existencia, la existencia que es trapo húmedo, 
hoja en blanco, casa vacía 
e indiferencia.

La poesía como exclusivo 
camino luminoso
que destruye y dibuja el alivio
en el vientre de los soñadores.

Ayer me arranqué el verso, 
quedó una hendidura, 
una ciudad muerta, 
un desvelo dañado. 
Me lo quité cual esquirla, 
con los dientes coléricos, 
tiré de él hacia fuera 
te lo dedico tan rubí, 
tan calado, tan mutilado, tan de amor insurrecto,
y no me canso. 

Canet

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