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jueves, 23 de julio de 2015

Tardes.


Me quedaba las tardes completas frente a un libro de hojas pretéritas, 
aguardando a que naciesen las imágenes. 
Pasaba la página atento y acariciaba su piel amarilla que después devoraba. 
Cada grafema era una puerta para penetrar en aquellos escritores muertos. 
Y disfrutaba al ritmo pausado de un viajero tradicional. 
Esas tardes completas encerraban palabras, 
voces que ascendieron por la savia de mi carne.
Los niños de la calle crecieron encontrando riesgos y hazañas. 
Para mí, 
crecer fue advertir el paso del tiempo al oír las voces de los muertos que leía.

Canet

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