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miércoles, 15 de julio de 2015

Luz.

Hoy el día continúa la misma senda que sus acólitos, camino caluroso. 

Echado sobre el añoso y esquelético sofá, 
me contento en el arte de no pensar 
ni crear nada, 
de ser nada, 
de abrir los ojos de muy vez en cuando. 

Y cuando menos lo espero, 
el salón se ilumina. 
Entre las apagadas paredes de cuadros y libros,
la tarde ha tirado un manojo de rayos plateados. 


Ella es mi fortuna.

En casa,
el animal vivo de los óleos dobla la espina dorsal del oficio.
El aceite se desliza por la camiseta mugrienta de color.
Qué miserable en su espera el corazón,
qué bien servido cuando 

el salón se ilumina cada tarde.

Canet.

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