Que verdee el paraíso en tu vientre
y en nuestra piel crezca una dulzura que sabe a melocotones y pomelos en el desierto,
crecen el aguacate y el poto junto a nuestros monstruos en un primer piso,
todo brota con raíces resquebrajando
las macetas y muros,
e ignoramos,
desconocemos si habrá una superficie tersa
donde sembrar todo esto,
debemos vivir de la tierra,
amor,
porque yo me niego a guerrear contra gigantes,
y tampoco quiero que tú dinamites cada día a todos los bárbaros:
tenemos que dejar de ser coautores ignaros
o servidores coléricos,
escapar del psiquiátrico económico y tecnoimbécil,
para florecer en la armonía
y en la labranza de una humildad hermosa de insectos
que se embriagan con las uvas de la vid,
gorriones saciando su sed en un pozo
hasta que el agua negra de la alberca
nos lance destellos rodeados de musgo.
Canet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario