Antes de expirar,
mi abuela dijo:
“niño triste, acércate”
mientras me observaba sin distinguirme;
yo dije: “abuela, tienes suerte de poder marchar”
estrujando su cuerpo menguante
envuelto en paños y con aroma a eucalipto;
mi padre dijo:
“niño triste, no llores”
y me acarició el cabello confortándome.
Cuando la abuela se fue,
durante unos instantes
no estaba muy seguro
de los lazos que nos unían,
no supe quién había partido
y quién se quedaba
ni en qué momento de nuestras existencias
estábamos vivos
o muertos.
Canet
No hay comentarios:
Publicar un comentario