Que yerre el verdugo,
que se confundan los mezquinos de toda ralea:
usureros sin escrúpulos
-me sirve la redundancia-
los caballeros de los despachos elevados,
financieros,
los comerciantes de la plata,
los presentadores de los noticiarios que se benefician con el temor
de los abuelos,
que yerre el esbirro,
el hombre del tiempo,
el croupier,
el mar enojado,
los sicarios de los tipos de cartera voluminosa,
o en última instancia
que yerre Dios
pero nunca el amor
que el amor
jamás yerre.
Canet
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