Que no nazca nunca en mis vísceras
esa tranquilidad figurada
llamada incredulidad.
Pueda escapar yo del sabor desagradable
de la doblez,
de la caterva de hombros encogidos.
Pueda creer yo siempre en este mundo,
pueda creer yo siempre en el millar de infinitas probabilidades.
Convertir los cantos de sirenas en dulces
y auténticas sinfonías,
conserve mi esencia por siempre
del niño ingenuo que fui y soy.
Que pueda llorar aun por sueños inalcanzables,
por cosas que no entiendo ni entenderé,
por aquellas ilusiones infantiles hoy hechas pedazos.
Pueda esconderme yo del realismo comprimido.
Guardar en mis labios las melodías,
todas las posibles,
ensordecedoras y de enredada sonoridad.
Por si un día de estos llegan temporadas de reserva.
Canet.
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