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viernes, 5 de junio de 2015

Hagámonos uno.


Hay en el cielo negro
del dolor, fotografías y algunos nombres, 
sujetos,
y tras ellos, sus mil sombras
en confines por siempre alejados.

En la calle, 
las aves reinan
en los bordes de las elevadas tejas, y
una lágrima de resina negra cuelga
de un pómulo curvo
hasta rodar sobre el asfalto.

La luz del cielo cabe
entre las púas de las pestañas.

Hoy estoy más callado que nunca.
El huracán me robo la voz,
y en la carretera del tiempo 
aparco la bicicleta
como quien ruega extenuado
misericordia para el que se esconde a llorar.

La piara ha empezado
a oficiar su coronamiento,
y yo me pongo a pensar
en la suavidad de tu piel.

Abrázame, hasta hacerme daño...
los dos, 
que convivimos desde siempre
en las orillas imprecisas
del amor y de la vida
del paraíso y del averno.

Abrázame y hagámonos uno,
los dos, 
que ya fuimos otros
y seremos más,
bajo este firmamento que hoy luce oscuro,
de formas delicadamente distintas,
viajeros del mismo amor
de idéntico sueño de vivos colores,
con nuestro fardo cargado
de ayeres.

Cierra la puerta,
y salgamos de aquí, ahora mismo,
antes de que alguien nos asedie
y nos imponga a vivir una vida
en la que buscarnos.

La memoria de los ojos
y las heridas que se abren en la tarde,
nada es tan importante 
para el caprichoso instante
como quitarle consideración 
a las cosas sin importancia.

Canet.

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