Esta mañana
los zombis se me han anticipado
y han madrugado.
Adormilados aún
han presenciado, incrédulos,
cómo cruzaba jubiloso
su distrito
de materia imbécil y absurda
mientras exclamaban,
estupefactos,
ilegibles consignas
de censura hacia el forastero.
No me ha importado
su habitual falta de empatía.
He continuado
con la espalda recta
y las alas abiertas,
el torso fuera, inflado,
el pico izado
hacia el firmamento
de este noviembre,
enfrentándome a la destemplanza
con el gorro de lana y la chaqueta
de trapo e ilusión,
rechazando el miedo
y reconociéndome vulnerable pero fuerte,
convencido de encontrar
la milagrosa fuente de palabras
y saciarme con sed de zahorí.
Canet
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