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martes, 8 de septiembre de 2015

Carencia.

Carencia,
y eso que al comenzar
atesoraba en las manos cierta confianza,
y los dedos con rastros de guerra y juicio.
Así es,
aquí se me duerme el corazón, apenas late.
Me obligo a realizar cometidos
como atraer nubes o árboles
hasta el océano del folio
o hasta la convulsión del verbo.

¿Y si ya no me quedaran palabras decentes
o ni siquiera unos ridículos apuntes de claridad?
¿Y si ya no hay vigor en el aullido
ni hojas en los árboles donde escribo?
Por lo tanto
¿Por qué me duele la algarabía
y me provocan náuseas los versos?
¿Por qué diantres me quema
si no soy capaz de diluviar?

Os regalo una nación entristecida
entre líneas mutiladas de furia,
una evocación embustera
sin orden ni concierto.
Un otoño del que espero dé más.
Y una mirada extraviada
-si logro encontrarla-
que escapó clandestinamente con la niñez
y me escribe poemas
desde una distante confianza,
desde la sutileza que reside
entre mi boca y mi carne.

Carencia,
las palabras no muestran su flama,
quizá encuentre algún bramido bajo las uñas,
o una cruzada en mis entrañas,
o efervescencia letal en la indiferencia
que me infecta un mundo defectuoso.

Canet

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