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jueves, 3 de marzo de 2016

Para volar.

Hace tiempo que no te envío
versos canetianos, de esos melancólicos.
Llegó el invierno con sus labios azules.
Llegó la primavera con caricias templadas.
Todo ha transcurrido con normalidad
y no te lo he contado:
estoy tan próximo a ti por el hemisferio interno
tan a nivel del trazo que tu sombra
esboza en los senderos del anochecer.
Y ya has visto que he estado ocupado
cultivando fenómenos:
los lienzos y las sonrisas
de Río con su precisa geometría.
Reanudo la escritura porque anoche
volví a verte perforar la membrana de mis ojos
tal como eres.
Y pensé en que hubo un tiempo
en el que no te encontraba.
Por aquel entonces era algo visceral,
como un carnicero.
Escribía con bolígrafo negro,
era veloz, venenoso y pedante
como un fracasado depredador famélico
en junglas de papel.
Escribía como un náufrago lanzando la botella a la orilla.
Pero apareciste y abandoné mis selvas de papel
para secuestrarte
y acompañarte en la labor de darle el valor exacto a las palabras.
A día de hoy soy tan dócil que me
tomo el tiempo como una sopa,
cucharada a cucharada.
Ambulante en una calle de minutos.
Por eso mismo escribo sin otra intención
más que apaciguar los absurdos.
Son imprescindibles algunos detalles
para dar a las palabras el contorno
de pájaro o de vagabundo.
Aunque yo,
que soy sencillo como una sigla,
tan sólo preciso de un par de alas
para volar raso sobre este océano indómito.
Canet

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