Hace tiempo que no te envío
versos canetianos, de esos melancólicos.
Llegó el invierno con sus labios azules.
Llegó la primavera con caricias templadas.
Todo ha transcurrido con normalidad
y no te lo he contado:
estoy tan próximo a ti por el hemisferio interno
tan a nivel del trazo que tu sombra
esboza en los senderos del anochecer.
Y ya has visto que he estado ocupado
cultivando fenómenos:
los lienzos y las sonrisas
de Río con su precisa geometría.
Reanudo la escritura porque anoche
volví a verte perforar la membrana de mis ojos
tal como eres.
Y pensé en que hubo un tiempo
en el que no te encontraba.
Por aquel entonces era algo visceral,
como un carnicero.
Escribía con bolígrafo negro,
era veloz, venenoso y pedante
como un fracasado depredador famélico
en junglas de papel.
Escribía como un náufrago lanzando la botella a la orilla.
Pero apareciste y abandoné mis selvas de papel
para secuestrarte
y acompañarte en la labor de darle el valor exacto a las palabras.
A día de hoy soy tan dócil que me
tomo el tiempo como una sopa,
cucharada a cucharada.
Ambulante en una calle de minutos.
Por eso mismo escribo sin otra intención
más que apaciguar los absurdos.
Son imprescindibles algunos detalles
para dar a las palabras el contorno
de pájaro o de vagabundo.
Aunque yo,
que soy sencillo como una sigla,
tan sólo preciso de un par de alas
para volar raso sobre este océano indómito.
Canet