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viernes, 7 de agosto de 2015

Luna.

Cuando salgo de casa a última hora de la madrugada, 

la luna continúa resbalando y canturrea por las cornisas. 
Humedece los edificios y se expande por las calles de Madriz como una delgada lámina de plata. 
Te he visto en muchas ocasiones cuajar los aires de onírica certidumbre, 
de juiciosa ligereza. 
Luna de la infancia, 
luna sin titubeo. 
Luna del hombre completo, 
luna de sueño apacible. 
Luna de los cuadros y los libros. 
Luna distante, tan desabrigada y tan sola. 
Luna que rompes las ventanas y continúas destacando sobre la calmosa laguna de la muerte. 
Buceadora de la noche, violinista de las pestañas, 
anzuelo en el cabello. 
Salgo de casa y te pones sobre mí empujándome hacia el día, 
con la manivela de la tierra, influyendo el oleaje. 
Luna lechosa que otorgas guardando silencio, 
faro del asfalto, santificación del ladrillo y de los escaparates, 
acláranos los huesos, 
tú que deslumbras sobre todos nosotros.

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