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martes, 4 de agosto de 2015

El origen del ciclo del agua


Hay un hombre apoyado en la pared
que no logra dormir,
tirita
sobre una superficie empapada que baña sus pies.
En sus pestañas
las telarañas evidencian
que la ciudad inmutable está torcida, errática, mugrienta
que por ella se esparce su temor como un declive
y que sólo el mundo imperceptible
contiene en lo etéreo
lo que está por ocurrir.
Es el hombre gélido en la villa de los derretidos
en el país de la eterna noche,
en la cumbre del deshielo.
Allá, 
la sucesión de los minutos
se alarga sin advertencias
y el hombre es gozne de las ventanas,
cimiento de las torres
heridas por el aire que cuelga, perenne, repentino,
su construcción
pierde firmeza cuando alborea,
pero hay un lugar preciso, emocional, excluyente,
el núcleo de su carne: las entrañas,
donde las longitudes de la existencia
se incrementan, prometen transformarse,
vaticinan el cambio definitivo:
el origen del ciclo del agua. 

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