Los semblantes son los de siempre,
los atuendos son los de cada día,
las conversaciones huelen a anciano,
las pasiones a fiambre rancio.
No es esto una maldita poesía:
es un alarido de odio,
desprecio por la oquedad mental,
por los versos obtusos que escribo
y que leo,
por desviar la mirada
ante carroñeros fétidos,
ante intelectos llenos de mierda,
ante cadáveres perseverantes
que taponan la brisa del jardín de las delicias.
No es esto una maldita poesía:
es una patada,
un puñetazo en el vientre del cielo,
una gran arcada
escarlata como la sangre.
Canet
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