Me desvelé una noche morada y apagada
y tenía una mortaja por manta,
miré a mi eterna compañera,
tendida a mi lado; ella,
y también dormía, pero no
bajo un sudario.
Abrí la ventana de par en par, crepitó la noche,
la calle en creciente se derramaba,
las torres se descolgaban del cielo:
Madriz era un cascote en continuo fraccionar,
remaban con ramas de encina
los poetas en medio de la catástrofe.
No hubo más amaneceres
y logre entender que el mundo se pudría
como un cadáver
y sus habitantes, indiferentes
se adueñaban de los cuerpos putrefactos.
Canet
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