La fragancia de los abrazos salvó la jornada,
en la elegancia de su grácil perfume.
Y está también el Río fluyendo sin cesar,
voltea que te voltea sobre sí mismo,
desinteresadamente, estoy seguro.
Quién diantres me lo iba a decir
cuando fui un niño vencido y agotado,
en tantas ocasiones y siempre a solas,
que a día de hoy esto vaya a ser
mi redención,
enrocado en la delicadeza,
emocionarme y embelesarme
como el Río,
voltea que te voltea,
derramándose.
Canet
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