Tengo una enorme aversión
por los tejados que resaltan,
que son como ninfas revelándome
el poder de la inmensidad.
Por las rocas,
las paredes y sus verticales tabiques enladrillados.
Por la turbia y gélida
palidez del mármol
sin resquicios ni cisuras.
Por la delicadeza de silicona
que sella las fugas.
Detesto el cadavérico gris de la argamasa
tan similar al de los esqueletos,
la calumnia con que engaña el cemento en sus orígenes,
la del cristal cerrado y sin bisagras
que enseñan el edén al recluso.
Aborrezco la carne hecha de adobe
y la religión que lo inventó.
Canet
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