Nunca entregues mi cuerpo
a la ansiedad de la tierra,
a su indolencia.
Cuando se presente la circunstancia,
sea nuestro vástago,
jamás tú,
a orillas del río,
el que haga arder la hoguera.
Para que incinere mi lengua por todas las calumnias
que declaré.
Mis manos,
por aquello que jamás dieron.
Mi torso,
por todas las veces en las que se acobardo.
Mi estómago,
por todo cuanto consumió
sin pensar en la necesidad de muchos.
Mis pies,
por todas las briznas y grano que aplastaron.
Que arda mi carne
por todas las veces
en las que no te hice el amor.
Canet
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