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martes, 14 de junio de 2016

Refugiados.

Dio cuatro brincos y se aproximó a un pequeño y mohoso mendrugo de pan. Desorientado, vaciló unos segundos hasta que se lanzó a picotearlo. 
Sus prójimos y conocidos celebraron el coraje de la hazaña y para festejarlo
empezaron a piar conjuntamente ensalzando al intrépido explorador.
Sin embargo, el ladrillo que les rodeaba deformó la musicalidad hasta el desentone. 
De pronto, todo quedó en silencio y una lágrima esmaltó el asfalto.
Qué cruel es la vida del refugiado.
Canet.

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