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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Árboles.

En los árboles, 
en los ramajes triviales, 
bajo los espesos ajuares de las hojas, 
bajo las túnicas del brillo,
bajo las sensaciones, bajo las aves, bajo los emblemas,
en los árboles se oculta, resopla, gira
la vida silenciosa y somnolienta,
boceto de la infinitud.


Feudos de riquezas brotan en los antepechos
de los árboles de la ciudad.
Los gorriones deambulan
cual diminutos crepúsculos pardos
bajo las pestañas. 

Los prisioneros
hormiguean bajo los caparazones de los frutos,
los caminantes pisotean la broza,
las mujeres de alto tacón se balancean como una ilustrada
abuela sobre un nuevo libro. 

Hopper pinta cielos azules que no menguan.
Bajo esta carpa bailan los payasos.
Kundera escribe igual de bien en francés
que en checo.


Los taxistas conducen lentamente. 
Los autobuses navegan y llegan tarde. Los fugitivos croatas de Belgrado lloran,
en las ramas de los árboles se podrían secar todas las lágrimas,
alguien me pregunta cuál es mi procedencia.

 - Cualquiera- respondo.
El orfeón de almas inmortales ensaya el réquiem de Mozart, totalmente en silencio.
A mi alrededor, en pequeños asientos,
hay seres de color gris.
Una paloma mensajera y hedionda envía
un “mail” con acuse de recibo anunciando la conquista
del primer puesto en el ranking de empresas.
Las ratas no se transforman en príncipes shakesperianos,
en las raíces de los árboles no existen penitencias.
Heródoto zozobra con paciencia dibujando mapas.
Las noches blancas son rebobinadas por Visconti.
Confunden al musulmán con el islámico.

Subsistiremos muchos años en los renglones rectos,
en el balbuceo de la lechuza,
en la ansiedad y el eco del cuervo,
bajo los espesos ajuares de las hojas,
en el aliento de este mundo que continua girando
sin saber hacia dónde ir.

Canet

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