Recuerdo que éramos tan desgraciados
que en la madriguera yo hacía de cebo.
Completamente a solas en la habitación,
lograba escuchar al otro lado del tabique
como iban de aquí para allá,
estremeciéndose y dando vueltas en la cocina.
-Vivimos días tristes-
me decía la abuela peinándome con su mano.
Pasó el tiempo y
mi padre se compró un abrigo de piel de rata que desempolvaba
hasta que las moléculas alumbraban el comedor.
Canet.
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