viernes, 1 de abril de 2016
Aguacero.
El aguacero dibuja caminos de agua en la acera,
cauces ruidosos
que dan volteretas ingenuas sobre las paredes,
que reptan sobre las ventanas
o que galopan hasta asfixiarse.
Obsequia un lenguaje fértil escrito
sobre los pétalos y las hojas,
sobre la tierra, sobre los paraguas;
en cualquier lugar su caligrafía reluciente
y acuosa testifica su avance.
Traduce armonías de delicada belleza,
el goteo de un canalón,
el quejido inquieto de un charco al ser pisoteado
o el canto de un arroyo orillado en la carretera.
Hay que estudiar a la lluvia con fervor de devoto.
En ella se logra pasar desapercibido.
Canet
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