Del salón en la punta apagada
de su propietario quizá olvidado
silente y tapizado de polvo
veíase mi Código Da Vinci.
Fue uno de los peores regalos
de mis veintitantos otoños
y ahora míralo, yace muerto
postrado como un cuervo
en una estantería del salón.
Lo peor de los malos regalos
es que no dejan sitio a los que están por llegar.
Por eso muchas veces
creo que debería abandonar
los best seller´s
de una vez por todas
porque van reproduciéndose sin cesar
como cucarachas endemoniadas.
Asesinar a estos libros
que hace un tiempo
me llegaban del círculo de lectores,
a veces veo como ponen huevos
en la cicatriz de mi frente.
Tales libros no ayudaron
a Thomas Mann ni a Miguel Hernández
y evidentemente tampoco a Charles Bokowski
ni al excéntrico de Baudelaire
que se topaba con símbolos
caminando por su inmunda habitación.
Estos libros,
son las sepulturas de los hastiados
que no desean conocer, vivir, soñar
ni hacer el amor como dios manda.
Debo exterminarlos todos,
antes de que sea peor
o venderlos al mejor postor
y regalarle un gato a Silvia.
Canet
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