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martes, 31 de mayo de 2016

Enero, 1986.

No me considero una persona nostálgica aunque a veces no lo parezca. 
Si descuido algo y lo pierdo me resigno y le deseo una vida triunfal y feliz. Tan sólo siento autentico cariño por un par de cosas: mi colección de cine y mis libros.

Enero, 1986. 
Comienza el año y me pongo un poco insoportable 
(tal vez por mi propensión a vivir en otros mundos):
Quiero un libro nuevo. Mi madre sale de la cocina y me pide que me vista. Ella hace lo propio. Tacones de madre, falda de madre, bolso de madre y un poco perfume hechizador antes de salir. Mi madre joven y ligera corriendo escaleras abajo para que no se nos escape el tren. La alegría.

Librería casa del libro, la Gran Vía. Después de una meticulosa búsqueda coloco tres ejemplares sobre el mostrador que queda justamente a la altura de mis dos ojos. Mi madre me dice en su idioma que escoja bien porque no sabe cuándo será la próxima vez que volvamos. Aparto dos y selecciono uno alargado y de generoso grosor, por atrayente y porque tiene las tapas duras .Le costó 135 pesetas, según veo escrito en la primera página.

Supongo que después iríamos a merendar a la menorquina, pero la verdad, no lo recuerdo. 

Mi libro y yo.

Lo colocaba siempre cerca de mí, incluso en el baño estaba a mi lado. Aunque todo termina y un día el hastío me obligó a dibujarle varios brazos entre las páginas 38 a la 73. Un brazo que, si pasabas las páginas muy rápido, te decía adiós.

Canet.

miércoles, 25 de mayo de 2016

El reloj.

Mi compañero Oscar en sexto de egb me robó el reloj que me regalaron, el único reloj que he tenido en mi vida.
La primera vez que se lo mostré descubrí la avaricia reflejada en sus ojos.
-Un reloj autentico de acero, dijo.
El suyo tenía un aspecto sucio y era de plástico. Se lo dejé en muchas ocasiones, se lo hubiese dejado toda una vida tan sólo por ver de nuevo esa avaricia brillando en sus ojos.
Pasó el curso y no me di cuenta de que me lo había quitado hasta que me lo enseño luciendo en su muñeca.
-Mi reloj es una mierda, no cierra bien, dijo.
Inmediatamente reconocí mi reloj. Con la correa plateada y la esfera verde Esmeralda. Le encajé el remache y le ajusté bien la pulsera.
Después tan solo le dije que lo conservara bien porque era un gran reloj. Una vez reparado se lo entregué. La avaricia de su rostro se tornó en confusión.
El reloj me lo regalaron mis padres. Jamás les conté que me lo habían quitado. En ocasiones me da por pensar en ese capítulo y en mi reacción irracional. En por qué no le dije a Oscar que me diera mi reloj. Nunca tuve coraje o agallas para pelear, ni con diez años ni con casi cuarenta – al menos eso creo-. Aunque me quitaran la vida, encajaría el remache, me ajustaría y guardaría silencio como hice entonces.
Canet.

Los cuarenta.

Me quedan pocos meses para cumplir los cuarenta y para mí ya todo es tiempo.
Cuarenta.
A esta edad creo se quitó la vida Pavese.
Se lo prometió a su desamor:
-vendrá la muerte y tendrá tus ojos- escribió.
Se tragó una caja de somníferos, metió las manos bajo la almohada y se quedó dormido para siempre.
En cambio, Virginia Woolf escribió antes de marcharse: “No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.”.
A los diez años me mudé de casa y todo cambió radicalmente.
A los veinte pretendí celebrarlo con mis amigos, por todo lo alto, pero era martes y no tenía amigos.
El día que cumplí treinta no lo recuerdo, solo sé que me sentí muy solo:
de ser un loco veinteañero pasé a ser un decrépito treintañero;
aquel día volví a ver el séptimo sello de Bergman, que trata de la muerte y de la existencia.
Pero los cuarenta se me presentan con una sensación de éxito total.

Luz.

Se hunde la luz sobre los edificios en esta mañana lechosa de mayo camino de la oficina. 
La visión tal vez sea mía, no lo sé, pero la frase con que la entiendo y la vivo no, 
la escuché y la estudié con Marai y Dostoievski. 
Desconfío por completo que mi forma alocada de escribir coincida con sus deslumbrantes trabajos, pero ese modo de hundirse la luz sobre las fachadas para restaurarlas en un obsequio recién descubierto es algo…
Lo que pretendo decir, es que ya es de mi propiedad porque me la dejaron junto a otros bienes.
Sin ellos, a la caminata de hoy le faltaría poesía y representación.

Canet.

lunes, 23 de mayo de 2016

Lugares.


Terrazas, plazas, esquinas, parques. 

Lugares. 
Infinitos empequeñecidos. 
La silla frente al caballete. 
La estantería de Saramago y Marai. 
Los cines cerrados. 
Cada lugar con su recuerdo, 
la narración de una anécdota, 
el relato de un beso, de una caricia. 
Los sitios sencillos y modestos, casi sin historia, sin fama. 
Son los que se prefieren para estar, para hablar, para enamorarse. 
Se empapan de una leyenda, 
una mención y brindan su reconocimiento, 
su no pedir moneda de cambio, su hacer sentir bien. 
Los lugares diminutos, 
donde el tiempo no se para. Tampoco nos observa. 
Los nuestros, 
los inmortales. 

Canet.

jueves, 19 de mayo de 2016

Palabras III

Las palabras
en el portal de la poesía
deambulan tediosas de un lado a otro.
Si al menos supiésemos jugar al ajedrez
 - se dicen.
Suspiran. 
En ocasiones forman un círculo para narrarse intimidades,
pero de pronto se quedan pensando
y descubren que no esconden ninguna
en el baúl de arpegios con que se cubren.
Miran por los cristales del verso,
aunque sus ventanas cerradas les muestran
tan solo una vista gris oscura con grietas.
Solamente cuando alguien lee la poesía de veras
y por sus pupilas se filtra en lo escrito la claridad,
comienzan a recrearse y a alegrarse
las palabras.
Canet.

martes, 10 de mayo de 2016

Color.



Paisajista singular la primavera. 
Parece que hubiera derrochado 
la paga en comprar pinturas en el bar.
Verdemar, glaucos, cítricos. 
Cubre la ciudad o esboza los ramajes 
olvidando jaspearlos del todo.
Maldita virtuosa la primavera.
Sus cuadros son dificultosos,
radiantes, ruidosos.
Más retratista que paisajista,
deja los cuadros casi terminados.
Incompletas imágenes que el verano rematará.
Los árboles se compadecen de tanto gris.
Pese a ser una malísima pintora,
en el fondo la adoramos.
En los bolsillos de su chaqueta
esconde las simientes de todo color.

Canet.

Mi nombre.

Voy a escribir mi nombre millones de veces…
Tantas como sean necesarias
para entender que estoy,
que no soy irreal,
que no me escondo
ante la insensibilidad
de los que se alejan.
Trazaré mi nombre
con lo que sea:
con lodo, con tierra,
con jirones de mi piel o con mi sangre…
Si fuera imprescindible,
lo escribiré con carencias gramaticales
y con errores ortográficos,
lo escribiré en las paredes, en los árboles,
lo pintare en los tejados,
en las puertas de las casas,
en el asfalto y senderos que me a mi paso encuentre.
Y luego dejaré que la lluvia lo deshaga,
que lo arrastre el aire, que lo esconda la tierra,
y que el tiempo,
logre olvidarlo…

Canet.

viernes, 6 de mayo de 2016

Algo en la mirada...

Tiene centelleo, tiene algo en la mirada, algo tras los párpados, hay color cobre en el marrón de sus ojos, tiene tejido de vida, tiene audacia, tiene el nervio de la vida, la potencia del tiempo, en sus ojos, en su existencia, tiene color purpura en el rojo de su sonrisa, es la melodía silenciosa de una pieza olvidada, es la figura enmarañada de un destello, la apariencia del miedo, es un no sé qué en el espacio que habita y tiene una pizca de un color confuso que confunde su imagen, posee color, luz, nervio y existencia, y aroma a canela, y es sedosa como una promesa, y resplandece, y abrasa, y tranquiliza, y tiene sueños de color amarillo en el dorado de su risa, y vaga sobre el tiempo, y le quita su vigor, y llora, y tiene un lloro que incendia, que no calma, que intimida, que daña, que se extravía en una maraña de océanos.

Y regresa, y escala, y se mofa del tiempo, siempre se ríe del vaivén del reloj, y se apodera de su alma, es la ladrona de su energía, y sobrevuela el pasado, y huele a golosina, a golosina caliente, y tiene algo en la mirada, algo albino, algo plomizo, algo de un color impreciso, desteñido, y es el sonido ahogado de una caricia, el instrumento de una banda sin filarmónicos, los músicos se han marchado, y se queda ella, con tonalidad, con energía, la que le quitó al tiempo, y observa, y ríe, y se pierde en la maraña de océanos, y sonríe, y su alegría es azul, azur como la bóveda de la noche, y es una reverberación natural, existe, condensa la vida.

Ella posee luz, de sobra lo sé, tiene algo en la mirada, y su disposición de vida que despista, y me obsequia con el café de sus labios, y llena un espacio allí, en el sitio que tanto llena, por dentro y por fuera, y tiene color, es marrón, es roja, es amarilla, es azur, y blanca, y plomiza, y se baña en el océano enmarañado, y me ofrece su mano, y me lee, cuánta vida que me lea, y tiene algo en los ojos que coagula el juicio, y es tersa como su piel, y posee la fortaleza de mi existencia.
Tiene centelleo, tiene algo en la mirada…

Canet

Sus sueños.

Silvia siempre supo de qué elementos están formados sus sueños... 
Algunos son de papel plata, 
otros de ligera porcelana; 
algunos de nubes, 
otros de música y tabaco. 
Los hay también de brisas y pétalos secos, 

o de libros y mar.
Sabe que al abrir los párpados, dejaran diferentes gustillos en la boca:
a chocolate, a queso, 

a lágrimas saladas, a pan tostado, a mango amargo...
Los sueños moldean la parte de lo que somos 

y Silvia cosecha los suyos presta a encontrarse 
y a admitirse en ellos.

Canet